viernes, 12 de julio de 2013

DE VACACIONES

     DE VACACIONES.- El desayuno en el bar se me antoja gratificante. Vacaciones en Madrid, tan distintas, porque las cosas más insospechadas, las frases más halagadoras, no se sabe si las dicen diferentes o si a nosotros nos suenan diferentes, más cálidas, más cercanas:
          -¿Te quedan porras?
          -Sí, hermosa, y que están bien crujientes. También hay cuatro churritos, riquísimos, con azúcar glass.
          -Vale, hermoso, dame una porra y un churro, y para variar ponme chocolate bien espeso.  Lo de "hermoso" no se lo había dicho nunca, pero hoy me ha apetecido responder  con  ese piropo tan rural, tan cañero, tan repetido entre gente de la construcción. Sé que el camarero ha agradecido la confianza.
          Ya está mi mesa, la que roza la cristalera y mira a los pinos de la casa de enfrente. Es la última del ancho pasillo y nadie me molesta al pasar. ¡Cómo no! Todo hay que decirlo. Está coja. Algún inconveniente había que achacarle.Yo ya me lo sé. Saco del estuche cuatro servilletas. Tienen que ser cuatro. Las doblo otras cuatro veces y las meto debajo de la pata izquierda de mi lado. ¡Perfecta! Ya puedo echarme con tranquilidad el edulcorante en el café con leche que pido de propina, sin que el plato se inunde o me salpique la falda.
          No está la gente de siempre. Han huido de la polución. ¡Bendita polución, bendita calma! Podré concentrarme. Son vacaciones. Sólo veo conocido un muchacho joven, con sus gafas antiguas, la raya al lado en su pelo moreno, su vaso alto de descafeinado, semblante distraido, ojos alejados, dispersos, huidizos, tristes. Para él las vacaciones son oscuridad, sin amigos, sin lecturas distintas, sus mismos horarios cronometrados. Sólo han variado sus pantalones. Ahora los lleva cortos, hasta mitad de rodilla, neutros como su existencia. La depresión no tiene desperdicio ni disfraz. Se la conoce a simple vista.
          Estoy feliz, sin prisas, sin relojes puestos en hora. El bar vacío. La cara del de la barra y Rocío, la camarera, iluminada por una amplia sonrisa. Mi consumición espléndida. Al fin, saco mi cuaderno de rayas, comme il faut, y me dispongo a empezar una historia.

(continuará)

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