jueves, 7 de febrero de 2013

DESDE MI AGUJERO

DESDE MI AGUJERO

Estoy harto. Sólo veo podredumbre desde el pequeño ventanuco que tengo en mi chabola. La montaña que forma el vertedero cada vez huele peor y como la gente no deja de removerlo se acrecienta aún más el hedor. Encuentran cosas que les permiten seguir subsistiendo dentro de la pobreza inmensa en la que viven, bueno que vivimos, porque yo no soy una excepción.
En mi “casa”, la llamaré así ya que en ella por lo menos puedo protegerme de la lluvia, (si esta no es muy fuerte), ya que las goteras, aunque reparo como puedo el tejado de chapa, no nos dejan vivir tranquilos. El viento también se cuela por las grietas y rendijas. Con papeles mojados en agua hacemos una pasta para taponarlas, pero siempre se cuela algo.
            Vivo con mi abuela que tiene todos los años del mundo, pero la pobre todavía se mueve y con lo poco que gano en la fábrica desescombrando y recogiendo la chatarra que ya no sirve, hace unas comidas muy ricas. Aunque se lo tengo prohibido sospecho que ella también va a remover la basura cuando yo no estoy, porque algunas veces las fritangas que prepara tienen un ligero sabor a podrido.
Detrás del vertedero a lo lejos se ven las casas de la ciudad, casas como Dios manda donde seguramente viven gentes normales. Más lejos aún se perfila la silueta de cuatro torres que deben ser muy altas porque con lo lejos que deben estar se divisan desde aquí.
Los días que hace viento los olores son insoportables, pero en el verano aún es peor por el calor y las moscas.
Aunque por aquí cerca no hay mar vienen unos pájaros a picotear la basura que dicen que son gaviotas. Yo creía que esas aves solo estaban en el mar y en las playas.
Hoy llueve de una manera feroz, y yo me tengo que ir a trabajar. Dejo a la abuela encargada de vigilar las goteras y le digo que vuelque los cacharros que ponemos para recoger el agua en la calle, porque si no el suelo se quedará inundado.
Voy a trabajar en una bicicleta que me fabriqué con piezas que he ido recogiendo de la chatarra. No es muy cómoda, le falta el sillín y otras cosas pero por lo menos me permite llegar antes al trabajo. La fábrica se encuentra hacia el sur y aunque se puede ir andando yo voy presumiendo ante mis compañeros que no tienen esta ventaja.
Me pongo un poncho de plástico con capucha y salgo deprisa porque se ha hecho un poco tarde.
Al poco rato noto que algo no va bien, una de las ruedas está floja, la voy a perder como no lo remedie, pero no tengo ninguna herramienta a mano así es que no se qué puedo hacer. A ver si aguanta.
Unos metros más allá la catástrofe se confirma. La rueda sale rodando y yo me voy de cabeza al barro. Me quedo atontado no sé ni donde estoy. Algo después oigo un estruendo y una luz cegadora me envuelve. Desde mi posición veo un coche de unas dimensiones descomunales. Además de unas ruedas enormes, como un contrasentido, tiene unas alas blancas que se mueven con gran delicadeza. Se abre una puerta y un ser luminoso se me acerca y con voz cariñosa me dice que no me preocupe, que a partir de ese momento no me va a pasar nada malo, que todos mis problemas se han solucionado.
-¿Y mi abuela?- pregunto- ¿qué va a ser de ella?
-También está a salvo, la riada se la ha llevado pero está feliz y en lugar seguro.
Cierro los ojos y me dejo acunar por una paz desconocida.

 Fuencisla enero 2013 (614)