miércoles, 18 de abril de 2012

EL ASCENSOR

EL ASCENSOR
En la sala de exposiciones del hotel había mucha gente, se estaba promocionando un artículo que era, según los vendedores, magnífico para la salud.  La verdad es que era bastante rollo y hacía mucho calor, después de un buen rato decidí volver a la habitación.
En los ascensores del vestíbulo interior había menos gente, los huéspedes los usaban menos pero aún así hasta la quinta o sexta vez, no me tocó el turno.
Pulsé mi piso, el quinto, y alguien el cuarto. Al llegar al cuarto piso y por alguna razón desconocida y a la vez fantástica, el ascensor desembocó en el jardín que estaba frente a la puerta principal del hotel. Por allí se dio unas vueltas, ante el asombro de todos, y después dando marcha atrás se dirigió a una de las puertas del hotel.
De repente nos encontramos andando en el propio jardín que ahora era inmenso. Aparecieron unas chicas corriendo aterrorizadas, estaban heridas, llevaban sangre en el rostro y en los brazos. Trataban de restañarla aplicando unos extraños trapos. Sin saber qué pasaba, seguimos a paso vivo hacia el hotel.
Entonces aparecieron unos cuantos chicos de aspecto desarrapado y casi patibulario con grandes cuchillos en las manos que nos amenazaban y se reían de una manera tan siniestra que daba miedo. Comprendimos que el terror de las chicas se debía a ellos. Como pudimos corrimos sin parar pero los muchachos nos daban alcance.
Forcejeando con uno de ellos, se quedó en la mano con la chaqueta que yo llevaba echada sobre los hombros. A su vez yo conseguí asirle firmemente de una mano, tirando con fuerza, pues ya estaba llegando a la puerta del hotel, donde quería introducirle para que el personal de seguridad se hiciera cargo y le entregara a la policía.
Al traspasar la puerta del vestíbulo, noté que ya no “tiraba” de él, pero que sin embargo seguía sujetando su mano, miré, y aterrorizada comprobé que era una mano postiza. Él se había escapado.
Aquella prótesis era irreal y amenazadora, tenía el tacto normal de carne humana, pero además era autónoma, los dedos se movían tratando de aprisionarme. Traté de sacudirla contra el suelo, pero era como si se hubiera  pegado a mí. En vez de tenerla yo a ella, ella me tenía a mí.
Mi cabeza ya no razonaba, el pánico se había adueñado de mí, los dedos de aquella mano inverosímil subían hacia mi garganta. Estaba agotada de forcejear. Poco a poco me dejé llevar. Luchar era mucho más cansado que cerrar los ojos y dejarme llevar. Este sueño irreal, y a la vez placentero me fue cada vez más grato.
Pero sin embargo, sin saber cómo, volví a luchar. No podía dejar que algo desconocido me venciera, que hundiera en la nada mi vida y mis ganas de seguir adelante. Había que sobreponerse, sacar fuerzas y luchar hasta el final contra aquel sin sentido que me atenazaba. Tenía las fuerzas al límite, pero en mi fuero interno sabía que no me podrían vencer. Una débil luz de esperanza se abrió camino entre el pánico.  Cuando me derrumbaba hacia el suelo del vestíbulo del hotel, pensé que alguien acudía en mi ayuda. No sabía si era real o una parte más de la locura que me rodeaba.


Fuencisla 2011

Fue publicado en la revista digital literaria A CONTRAPALABRA, en su número 6, sep. 2011
   




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