lunes, 12 de marzo de 2012

La última cena del Conde Drácula. Autor:Enrique Romero

Título: “La última cena del conde Drácula”  Enrique Romero

Dedicado a todos los que se atreven a ser libres y a reírse de todo, incluso de sí mismos.

La luz de la Luna de marzo entra a cuchillo por el ventanuco de una destartalada buhardilla de la madrileña calle San Roque iluminando un viejo ataúd negro. Cruje la madera de las vigas. El viento de la noche aúlla por las rendijas como ánimas del purgatorio. Una mano huesuda y pálida empuja desde dentro la tapa del féretro que se abre con un gemido de puerta vieja.
El anciano conde se incorpora bostezando y estirando sus entumecidos brazos. Se atusa el canoso cabello y se arregla como puede las arrugas de su polvorienta y desgastada levita. Apartando telarañas se lava la cara en una jofaina de porcelana desportillada. Luego, frente a un espejo vacío, se pasa la lengua por los dientes y colmillos. El hambre aprieta. Se pone la capa y baja a la calle por la estrecha escalera de madera astillada.
 La ciudad bulle. Los aromas de la primavera inundan el aire. Entra en el “El Bocho” a tomarse un caldo con jerez.
-Hombre, señor conde, cuanto bueno por aquí. ¿Muy pronto sale hoy, no?- Le dice el barman.-Tengo una sangre encebollá recién hecha, y sin ajo, como a usted le gusta, que quita el sentío. ¿Le pongo una racioncilla?
-Eso ni se pregunta, pero primero ponme un caldito que no estoy muy fino yo hoy. No he pegado ojo en todo el día. Será la jodía primavera que me revuelve las entrañas.
El caldo le entona el cuerpo y después de la sangre se pide una morcillita de Burgos. Con el estomago caliente se levanta y golpea el mármol del mostrador con un billete de diez en la mano.
-Ponme un Ciento Tres y cóbrate.
Se ventila la copa de un trago y sale a la noche madrileña. Por la calle del Pez y la Corredera Baja llega hasta los soportales de la plaza de los cines Luna, donde unos vagabundos hablan de sus cosas compartiendo un cartón de Don Simón y unos sobaditos del Spar, ahora regentado por unos chinos.
-Señor conde, eche usted un trago.- le dice Mihail, un ingeniero ucraniano enorme y sonrosado que tiene establecido su domicilio en esos soportales desde hace muchos años.
Y por educación, no porque le apetezca, bebe del cartón.
-Esto sienta bien, que está la noche fría. Por cierto: ¿ No irá usted por un casual para la zona de la Plaza Mayor?
-Pues sí, tengo que pasar por allí.
-Estupendo,  si no le importa me voy con usted. Es que quiero ver a unos colegas que paran por Cuchilleros.
El ingeniero se agarra del brazo del conde y echan a andar. Es ciego de cuando Chernobyl. Se quemó la cara y la tiene como un mapa, surcada de enormes cicatrices.
-Vamos pues, pero tengo que pasar por el Tu y Yo a liquidar deudas con Ahmed.
-Muy bien-contesta Mihail-Así echamos un vistazo al género-añade riendo su gracia.
Suben por Desengaño y bajan por Ballesta hasta el antro que a esas horas hierve de actividad.
-Hombre, a quien tenemos por aquí, el conde y la compaña-Les saluda Ahmed efusivo- Lilí, ponles un güisquito a los señores.
Lilí, con los pechos al aire, les sirve dos vasos de tubo de la botella del Dyk. Sobre su pecho izquierdo un tatuaje reza “Yo también prefiero Sanders”.
-Siempre me ha gustado más tu pecho izquierdo que el derecho-dice el conde con cortesía.
-Ya ve usted, que tendrá el uno más que el otro.-contesta Lilí meneándolos con gracia.
-Déjame tocarlos- dice el ciego mientras tantea con las manos buscándolos- es para poder compararlos.
-Quieto parao, que esto es un topless-bar, pero el magreo no está incluido en la copa resalao- dice Lilí sujetándole las manos- Ahora te  pongo unos cacahuetes para que te entretengas.
-Es que mis manos son mis ojos. Y si todos miran de gratis, pues digo yo que  tendré que tener derecho de tocar, ¿no? A ver si los munipas os van a tener que cerrar el local por discriminar a los minusválidos.
-Nos ha jodío, no es listo ni ná el ingeniero.- Dice Lilí  y todos ríen.
El conde le entrega discretamente a Ahmed unos billetes doblados.
-Lo prometido es deuda, ahí va lo que te debo.
Ahmed los guarda sin contarlos.
-Si ya sé que usted es hombre de palabra. Bueno señores, si pasan por Montera díganle a mi primo que le estoy esperando.
El conde y el ucraniano salen del Tu y Yo ya un poco tocados por la mano del Dios de los etílicos. Por no bajar escaleras, y sobre todo por no oír los gritos de la Diva, una mujer medio loca que pernocta en el paso subterráneo de la Red de San Luis y con la que el conde tonteó en alguna ocasión, cruzan la Gran Vía por arriba a la carrera dando tumbos y esquivando taxis que pitan como demonios.
En los recreativos de Montera buscan al primo de Ahmed pero nadie les da razón de él. Le dan el recado a Walter Jesús, el encargado, un ecuatoriano sonriente que les invita a un carajillo muy cargado, en vaso de plástico y hecho con el peor coñac del mundo.
            Cuando salen Montera abajo ya van visiblemente cocidos. Se tambalean y saludan a diestro y siniestro a prostitutas y chulos. En un descuido el ciego se estampa los morros contra una señal de tráfico y ambos, la señal y él caen al suelo con estrépito.
-¡Lo siento, lo siento!- dice el conde intentando levantarle- Me he despistado saludando a estas señoritas.
-Me cagó en todo lo que se menea- maldice el ucraniano buscando a tientas su bastón y sangrando como un gorrino por una ceja.-¡Y encima se me han caído los putos cacahuetes!.
Dos brasileñas le ayudan a levantarse, y el hombre aprovecha para tantear el terreno femenino. Lo meten a un portal, donde a duras penas le limpian la sangre con unos clínex. Luego, en agradecimiento, las invitan a unos pacharanes, y en esas estaban cuando entra en el bar hecho una fiera el chulo de las chicas, un colombiano hijo de puta de labio leporino y la emprende a empujones e insultos con ellas.
 -¡Oiga, caballero, haga el favor de tratar con respeto a esta pareja de buenas samaritanas!-Le increpa el conde enarbolando su bastón de puño de plata. El chulo saca a orear una navaja automática y su diente de oro brilla amenazador presagiando tragedias. Una de las brasileñas le estampa la botella de pacharán contra la cabeza y cae a plomo cuan largo es. Se oyen las sirenas de la policía y salen todos por patas hacia la Puerta del Sol, la cruzan y se meten en el Burguer King de la calle Esparteros que a esas horas está casi vacío. Bajan a la planta sótano y se sientan en una mesa. Una de las chicas entra en el servicio con Mihail y le limpia la cara con papel de váter mojado. La otra sube a por unos Hapymiles y cervezas.
 En un rincón una pareja de chinos se mete mano y en otro un yonki se mete un chino. Se comen las hamburguesas, las patatas, los petisuis, los actimeles y ríen comentando la movida y jugando con los regalitos.
Luego, Mihail, con un trozo de papel de váter pegado en la ceja se arranca a cantar lánguidamente con voz de tenor viejas canciones de la guerra de España.
-“Aunque nos quiten el puente y también la pasarela me verás pasar el Ebro en un barquito de vela...”.
Su padre estuvo con las brigadas internacionales en Belchite y dejó al marcharse un hijo en el vientre de una preciosa maña de la CNT. La búsqueda de ese hermano perdido fue la excusa que le trajo a España al poco de quedarse ciego pero no lo consiguió encontrar. Por su parte el conde vino huyendo de la miseria, como tantos rumanos, al haberse arruinado y haber visto como su castillo era subastado y adquirido por la Disney tras la llegada del capitalismo a su país.
 La nostalgia se adueña de la situación. Una de las brasileñas apoya su cabeza en el hombro del conde. La visión de su precioso y largo cuello en el que se adivina el latido de la yugular excita al anciano que como quien no quiere la cosa besa ese cuello de cisne y un raudal de adrenalina le ciega. Con delicadeza hunde los colmillos sin que ella sienta dolor alguno y bebe del preciado fluido vital que mana generosamente. Ella no lo nota. Cree que son mordisquitos de amor y poco a poco, dulcemente, se desvanece en un profundo sueño.
 Mientras tanto, el yonki, que era cura en la Rosilla hasta que se enganchó al crack, está casando a Mihail con la otra brasileña. Matrimonio de conveniencia. A ambos les conviene. A ella para tener papeles comunitarios y poder vivir en el lado bueno del mundo. A él para tener una mujer hermosa que le alivie las heridas de la vida.
Farfulla latinajos mientras les bendice con la mano con la que sostiene el papel de plata todavía humeante. Luego se marchan los recién casados de luna de miel al polígono Cobo Calleja en la carretera de Toledo, donde la chica tiene unas amigas en un club de carretera que les darán cobijo.
En un arranque de romanticismo el conde le pide al cura yonki que le case también a él con la otra brasileña in artículo mortis. Durante la ceremonia se quita de uno de sus dedos una valiosa y ancestral sortija con el escudo de armas de su noble familia y lo pone en el anular de la chica que sigue inconsciente. Luego sale a la calle y subiendo por Postas un hombre con gabardina, de la ancestral Liga Anti-vampírica Internacional, se le echa encima, le derriba y sacando una estaca afilada se la clava en el pecho al grito de “¡Vade retro Satanás!”. El conde queda tendido en el suelo. Un último pensamiento de paz recorre su mente. En el fondo deseaba que llegara este momento. Ya estaba cansado de vivir siempre con miedo, huyendo de sus innumerables perseguidores. La inmortalidad es demasiado larga, y puestos a morir qué mejor que hacerlo en esta maravillosa y enloquecida ciudad.

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